Más que un blog, este espacio es una invitación que pretende ofrecer al lector la oportunidad de codearse con las grandes obras de la cultura. Como Aceprensa, este blog apunta al largo plazo y va la zaga de esas conjeturas perennes que la sabiduría inmemorial ha ido vertiendo en volúmenes, manuscritos y códices. Sin orden ni concierto y sin acomodarse a un canon, busca presentar de nuevo el brillo de los textos que nos constituyen como seres culturales y que han contribuido con éxito a ejercitarnos en la tarea incierta de vivir.
Platón expulsó a los poetas y narradores de su Estado; nuestra misión es devolver a los clásicos al mismísimo centro de la esfera pública. Si sugerimos revisitar, por ejemplo, a Plutarco o a Rilke, como quien acude a un familiar o confidente, es porque estos amigos son el espejo diáfano y bruñido en el que mirar nuestra humanidad. Reflejan la vocación que compartimos, de modo que cancelarnos supondría hendir el cordón umbilical que nos une al pasado y nos conecta a siglos venideros. Por decirlo de otro modo: sería condenarnos -y condenar a las futuras generaciones- a una inconsolable orfandad espiritual.
Los clásicos poseen, indudablemente, autoridad, pero no la que se asienta en las cátedras o dimana de púlpitos vetustos, sino la que brota de la tierna unción con que se adentran a explorar el sentido del mundo y la existencia. Bien y mal, amor y odio, pasiones y virtudes, todo ello comparece en ellos con la tragedia, la hondura y la satisfacción de la vida misma. Ahora bien, no volvemos nuestra mirada a los grandes libros como si fueran las brújulas que requerimos cuando vienen mal dadas, sino porque, lo queramos o no, representan el testimonio de que somos la historia que contamos.
Decía C. S. Lewis que lo contrario a la buena cultura no es la ausencia de cultura, sino una cultura mala. Si optamos por dar voz a libros inolvidables en este espacio, si decimos resaltar la fuerza que poseen para sorprendernos y espolearnos en lecturas sucesivas, es para fecundar nuestra modernidad baldía. Aunque también animamos al lector a escalar las sublimidades que los clásicos hollaron con una aspiración más prosaica y gentil: la de proporcionarle un rato agradable y placentero. A pesar de que, con frecuencia, nos vemos tentados a emplear una retórica engolada y a precisar, de cara a la academia, los frutos morales que rinde la lectura de Aristóteles, Dante o Shakespeare, este blog está escrito con la convicción de que lo que convierte a un libro en grande e inexcusable -en un clásico rotundo- es su capacidad para suscitar en quien se acerca a él un estado parecido a lo que, desde que inauguramos el mundo, hemos dado en llamar felicidad o dicha. Solo por eso merecería la pena nuestra vecindad con ellos y saborearlos con el sosiego con que tomamos un vino añejo. Ojalá los disfruten.
Un comentario
Me gusta la lectura.