¿Providencia o azar?

Thorton Wilder tenía suficiente inteligencia narrativa como para proponerse compendiar en una novela uno de los problemas teológicos más inquietantes, a saber: ¿escribe la mano de Dios todo lo que ocurre o los acontecimientos se suceden al azar, sin guión o libreto predeterminado? La caída de un puente en el virreinato del Perú, cuando el escepticismo ilustrado empezaba a contender con la confianza, a veces ingenua, nacida de la fe, es el escenario elegido por uno de los más lúcidos escritores del siglo pasado, seguramente no para responder a un interrogante de cuyo misterio nunca nos desprenderemos, sino con el fin de revelar aquello que más zozobra causa: el trasfondo trágico de la existencia.

Este, al fin y al cabo, es el tema de toda su obra. Así lo puso de manifiesto en otra novela, intensa como un amor apasionado y profunda como un banquete platónico. Me refiero a La mujer de Andros, protagonizada por una hetaira con el mentón endurecido a fuerza de sinsabores y faltas de correspondencia. Aunque El puente de San Luis, el segundo libro publicado por Wilder con el que obtuvo el Pulitzer en 1927, se ha llevado a escena, es difícil que la pantalla le haga justicia. El americano consigue hondura en los personajes con dos o tres pinceladas, de un modo conciso, pero impecable. Destaca, entre todos, Junípero, el franciscano inquieto y ambicioso que no descansa para inquirir y sorprender -tarea hercúlea- las razones de Dios. Investiga, entrevista, desempolva legajos… todo a fin de averiguar si el desplome del famoso puente y el infausto final de las cinco víctimas fue fruto de la casualidad -acaso un accidente- o de una decisión providente -resultado, pues, de una intención-.

Lee El puente de San Luis Rey

  • Si deseas acercarte al misterio de la providencia
  • Si buscas una lectura profunda y que haga pensar
  • Si te gusta conocer cómo se mezcla el bien y el mal, la tragedia con la comedia, en esta vida

Junípero desea elevar la teología al rango de ciencia exacta, lo cual despierta sospechas entre los inquisidores. Nada extraño. Wilder -culto, exquisito- es, además de un narrador a quien no les disgusta vérselas con ideas, un veterano psicólogo. Le apasiona la mística, los bustos de los emperadores, la literatura grecolatina y seguir la pista al misterio, así como al eco del mismo que solemos denominar amor. En la obra que nos ocupa desentierra la biografía de las cinco almas que se llevó el puente por medio y el lector siente que nada de lo que apunta es superficial. Que los eventos condensan claves, enigmas, secretos. Ofrece, pues, sugerencias, conexiones entre las víctimas que encuentran, por casualidad o no, la llamada del destino en un viejo puente tendido en los Andes. Nada es histórico, pero podría haberlo sido. ¿Acaso no basta esto para mostrar su genialidad como escritor y convertirlo en un hito de obligada visita?

Los que ven su vida truncada son una marquesa obsesionada con el amor de su hija, así como su fiel sirvienta; un huérfano que decide, tras la muerte de su gemelo, hacerse a la mar; un aventurero enamorado y el hijo malherido de la mujer de sus desvelos. Wilder -a diferencia de Junípero- sabe que no es posible concluir con claridad si “vivimos por accidente o vivimos y morimos de acuerdo a un plan” y por este motivo el relato es tan complejo, tan dramático, tan parecido a lo que en algún momento cualquiera ha vivido.

Mientras Wilder desgrana la biografía de los cinco personajes -y de otros protagonistas- se tiene una sensación ambigua. A veces es el bien el que vence; otras, el mal. En ocasiones se tiene la impresión de que hay un plan; a menudo resulta impensable que exista. ¿No es así la existencia? ¿No parece un momento sonar todo tan bien y redondo como un compás fiel a la partitura, para, instantes después, desaparecer la música en un tremendo desconcierto? Un escritor simplón habría perfilado una respuesta definitiva al interrogante que Wilder deja abierto y que, según cuenta, Junípero se afanó por cerrar en un mamotreto. La Inquisición se encargó de quemarlo, aclara la ficción.

Palabra de Thorton Wilder

Providencia o azar: «Hay quien dice que para los dioses somos como las moscas que los muchachos matan los días de verano, y otros dicen, por el contrario, que las mismas golondrinas no pierden una pluma que haya sido arrancada por el dedo de Dios».

El amor, secreto de la existencia: «Pronto moriremos y con nosotros todo el recuerdo de aquellos cinco que dejaron la tierra (…) Pero el amor habrá bastado. Y todos los impulsos de amor retornan al amor de donde vinieron. Ni siquiera el recuerdo es necesario para el amor. Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos; y el puente que las une es el amor, lo único que sobrevive; lo único que tiene sentido».

No cabe duda de que la obra tiene muchos registros, como es habitual en los grandes libros. Así, sería erróneo suponer que los personajes más importantes son los que pierden la vida despeñados. Junípero, cuyas vivencias no ocupan muchas páginas, está siempre ahí, debatiéndose con el autor y con nosotros. También una hermosa actriz, Micaela Vargas, otro de los hilos que vinculan a los que se precipitaron al vacío aquel 20 de julio de 1714. O la Madre María Pilar, monja innovadora, feminista avant la lettre, cuya interpretación del accidente es la más trascendente y conmovedora de la novela, pues atisba el papel de la gracia.

Más allá de las creencias personales de Wilder, es posible leer la obra en clave teísta. Supongo que también se puede afirmar lo contrario. Pero el creyente sabe que, aunque no entienda los designios de Dios, el amor, como sostiene la madre María Pilar, es el férreo puente que hermana la sabiduría de Dios con nuestro itinerario en este valle de lágrimas. Quien cree admira la armonía que -sin saber muy bien cómo- teje la providencia de Dios con la libertad de sus criaturas. Está convencido de que en el pasaje que le toca representar aparece el bien y el mal mezclados, que la eternidad tiene potencia para transformar los costurones del alma en bendiciones resplandecientes. La bondad de Dios sugiere que no hay biografías frustradas. Vivimos dramas y comedias infinitas y en medio de todos la situación del que cree y del que no es parecida -ninguno es capaz de calcular cuándo habrá de caer el telón-, salvo por un detalle: quien confía en Dios sabe que, por fuerza, el final ha de ser siempre feliz y dichoso.

Para saber más:

Thorton Wilder, El puente de San Luis Rey (Edhasa, 2004).

Thorton Wilder, La mujer de Andros (451 editores, 2007).

Thorton Wilder, Nuestra ciudad (Cátedra, 2020).

 

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