Entre la revolución y la salvación política

Podemos atribuir a Conrad dos logros igual de excepcionales. El primero es haber mostrado que se puede pasar a la historia de la literatura inglesa sin ser angloparlante nativo (Conrad nació en una localidad del antiguo imperio ruso que hoy pertenece a Ucrania y su primer idioma fue el polaco). En segundo lugar, mostró que también la política puede funcionar a la perfección como argumento narrativo.

Nostromo es una novela que, frente a otras, como El corazón de las tinieblas, Lord Jim o esa epopeya acerca del radicalismo bárbaro y anarquista que es El agente secreto, pasa desapercibida, aunque hay quien la considera una de las tres o cuatro obras más notables del siglo pasado. Y, a decir verdad, la tensión argumental y los dilemas existenciales que plantea no desluce el valor de otros libros quizá más inmerecidamente famosos.

No es que el relato de las turbulencias revolucionarias en torno a la imaginaria Costaguana, tan bien dibujada entre sierras abruptas y ensenadas de aguas cristalinas, condense lo que el lector encuentra, desperdigado, en otros textos de este autor con semblante y porte de predicador. Su mérito es haber perfilado un país que podría ser cualquiera de los que se extienden por debajo de Arizona y Nuevo México hasta llegar a Paso Drake. Asimismo, revela ese andar a tientas moral en que a veces transcurre la vida.

Lee Nostromo si

  • Quieres entender la deriva política del subcontinente americano
  • Deseas conocer la complejidad de la vida moral
  • Buscas profundizar sobre la corrupción y los regímenes despóticos

Conrad se adelantó a la muchedumbre de novelas sobre dictadores que vino después, antes y durante el Boom, como El señor presidente, de Asturias, o El otoño del patriarca, de García Márquez, de un lirismo estremecedor-, pero, a diferencia de estos últimos, no se anduvo por ramas cómicas. Prefirió dotar a lo que es en toda regla un drama nacional, patriótico, de la seriedad que merece. Porque por desgracia para el pueblo, esquilmado y exhausto, muchos dictadores encuentran su fin apoltronados en el trono o en otros líderes que, tras ellos, se repantingan en él, sin luchar por llevar algo a las bocas hambrientas de quienes les ovacionaron en su momento.

La novela transcurre en Sulaco, una provincia de Costaguana en la que conviven los dueños de una mina y los nativos expoliados. Mientras en la capital se hereda el despotismo y se suceden, unas tras otras, las pendencias populistas -mucho antes, en fin, de que en la pacífica Sulaco reverberen los ecos de las revoluciones-, hay quienes pergeñan proyectos para zafarse de la rémora caciquil y retrógrada, confiando en el poder extranjero y en la explotación de los recursos naturales para conformar un país más sano, menos fervoroso y servil. Pero el oro tiene la desventaja de avivar la maldad humana y ese riesgo es el que Conrad explora en estas páginas con maestría.

Él fue exageradamente sutil y supo leer, en el seno ubérrimo y vegetal de los paisajes andinos, los lastres de una inmadurez política que constituye Nostromo es mucho más clásica. El escritor de origen eslavo nos sugiere que la política tiene, lo queramos o no, una raíz moral y que la suerte de un pueblo -de cualquiera- está indisociablemente vinculada al temple moral de quienes lo integran.

Palabra de Conrad

El peligro de la vanidad: «Aquel hombre era incorruptible debido a su enorme vanidad, la forma suprema del egoísmo que puede adoptar el aspecto de todas las virtudes».

La credulidad popular: «La mente popular es incapaz de escepticismo; y esa incapacidad la entrega inerme a los engaños de los estafadores y a los implacables entusiasmo de los jefes inspirados por visiones de un destino supremo».

Desde este punto de vista, la novela de Conrad impugna en toda regla el sueño kantiano de una organización política válida incluso para “pueblo de demonios”. ¿Qué es sino precisamente eso el infierno? De la prosa de Conrad, al borde de la desesperación, se deduce que no es muy pretencioso aspirar a una forma más digna de convivencia, en la que no se mienta ni se robe.

También en Nostromo emerge la tragedia moral porque en el alma hay zonas de penumbra de las que cuesta desprender las esquirlas de la vanidad. La contraposición entre el engreído Nostromo y el doctor, acaso más cínico, pero más íntegro, es deslumbrante y ayuda a entender por qué es tan difícil superar la atracción que sobre el ser humano ejerce la vileza.

Del mismo modo, resultan estremecedoras las páginas en las que Conrad explica las endiabladas estrategias que hemos ideado para arrancar una confesión, un chivatazo o una denuncia. Somos incluso capaces de declararnos culpables con el fin de ahorrarnos fustazos aun cuando nunca hayamos alzado el cuchillo contra ninguna víctima. Y de la complejidad de la decencia y del sufrimiento moral, más intenso e hiriente que el de la carne, trata esta espléndida fábula política.

Para saber más:

J. Conrad, Nostromo (Valdemar, 2003).

J. Conrad, El agente secreto (Cátedra, 2005).

J. Stape, Las vidas de Joseph Conrad (Lumen, 2007).

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