Aprender a mirar

Rilke aspiró al arte total y eso es algo que atestiguan no solo sus escritos, sino su intensa familiaridad con otras expresiones estéticas, como la pintura o la escultura. Él, que escuchó a innumerables coros de ángeles en las escarpaduras de Duino, entre árboles y plantas agraces, explica en su correspondencia el arduo trabajo de la sensibilidad, consciente de que el poeta ha de afinar su mirada.

Si optamos en esta ocasión por hablar de Cartas sobre Cézanne, en lugar de hacerlo sobre las misivas que dirigió a un joven poeta -mucho más famosas- o detenernos a glosar algunos de sus importantes poemarios, es porque los breves ensayos que escribió en 1907 -a propósito de una exposición sobre el pintor francés- constituyen una suerte de propedéutica al arte y contribuyen, como quizá ninguna otra de sus obras, a esa educación de la mirada que todos necesitamos.

Lee Cartas sobre Cézanne

  • Si quieres descubrir cuál es la mirada propia del poeta
  • Si buscas profundizar sobre el significado del arte
  • Si anhelas asombrarte de la existencia y esplendor de lo que te rodea

Rilke sabía que el arte fructificaba únicamente tras una “larga paciencia” y que se llega a él si uno tiene el coraje de exponerse. A diferencia de un trabajo mecánico, el empeño artístico -sea lo que sea: un lienzo, un poema, acaso unas ramitas de brezo dejadas con intención entre los pliegues de una cuartilla, como sucede aquí- se refleja en la obra, que desgaja el espíritu de quien la firma.

El arte es una vocación obsesiva y su calidad depende, en gran parte, del temple interior del artista. Hay creadores con una intimidad turbulenta que solo dan a luz bocetos; otros que estudian los trazos con minuciosidad y, en fin, los hay obsesionados con la luz, como Cézanne, que giraba y giraba una manzana para adoptar la perspectiva justa a fin de estamparla como era -real y rotunda- en el paño blanco.

La historia de Cézanne es el relato apasionado -vivo y profundamente hermoso- de una dedicación casi sacerdotal al color. A veces quien tiene un mundo interior poblado de claridades puede convertirse en un hazmerreír. Rilke recuerda cómo los chiquillos se burlaban en la calle del pintor, que de la mañana a la noche vivía solo y exclusivamente para crear. “Trabajar, hay que seguir trabajando”, explicaba, sin hurtar esfuerzos. Pero ¿un esfuerzo, con qué fin, qué objetivo?

Palabra de Rilke

Obra de arte: «Una obra de arte es siempre el resultado de haberse expuesto al peligro, de haber llegado hasta el último extremo de una experiencia, hasta donde nadie más puede ir. Cuanto más lejos se va, más genuina, personal y única resulta la experiencia».

La sencilla tarea de existir: «qué grande es el parentesco entre todas las cosas, todo nace y crece y se cultiva a sí mismo, y al final, todo lo que hemos de hacer es existir, pero de un modo sencillo, apremiante, como existe la tierra, que cede ante las estaciones, clara y oscura, del todo en el espacio, sin mostrarse imperiosa».

A menudo pensamos que el arte imita a la naturaleza, pero lo que nos enseña Rilke a través de Cézanne es que se trata de una afirmación muy poco precisa. En realidad, el arte más bien devuelve a la naturaleza a su estado originario. El arte nos hace descubrirla, ganando a las cosas ese prístino y olvidado brillo que tenían cuando salieron, recién nacidas, de la mano de Dios. Un brochazo -o un verso, una columna arrancada al mármol, o, por qué no, una imagen cinematográfica- constituyen el momento propicio que nos brinda verdades tristemente relegadas.

Es esa verdad tan profunda -el ser último del mundo- a lo que llamamos misterio y despierta, a fin de cuentas, nuestro asombro. Arte es patencia, claridad, hondura. Luz. De ahí que siempre sea fruto de un combate, de una pugna cuerpo a cuerpo, de un enfrentamiento en el que la tenacidad del hombre y la búsqueda de la claridad contienden con la resistencia u opacidad de la materia al significado.

Rilke lo expresó en un famoso pasaje de Elegías de Duino, cuando afirmaba que ya no nos sentimos en casa, ni a gusto, en este mundo interpretado. Quizá por ello se supiera tan cercano a Cézanne: veía que en su posimpresionismo intentaba, como él, acercarse a su entorno sin anteojeras, aceptando el don que es la cosa en su puro mostrarse. “A cada momento -aconsejaba- hay que poner la mano sobre la tierra como si uno fuese el primer hombre”.

Se sabe que Rilke escribía cartas para conocerse a sí mismo. Estos fragmentos, líricos e intensos, dirigidos a su esposa, hablan más del autor de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge que del pintor porque, aprovechando las sensaciones que la exposición le suscita, Rilke compone toda una filosofía del arte que explica, al mismo tiempo, los principales criterios que siguió en su trayectoria poética.

Gran parte de nuestros problemas culturales se resolverían si atendiéramos al consejo de Nietzsche y nos dispusiéramos, de una vez por todas, a aprender a mirar. Los pintores y los poetas nos enseñan. Y esta es la gran lección que cabe extraer de este librito breve, pero enjundioso, sobre el que recomiendo volver una y otra vez. Una delicia.

Para saber más

  • Rilke, Cartas sobre Cézanne (Rialp, 2017),
  • Rilke, Cartas a un joven poeta (Alianza, 2012).
  • Rilke, Elegías de Duino (Abada, 2022).
  • M.Wiesenthal, Rainer María Rilke (El vidente y lo oculto) (Acantilado, 2015).
  • A.Pau, Vida de Rainer María Rilke. La belleza y el espanto (Trotta, 2019).

 

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