La respuesta es el camino

Alguien podría pensar que una novela sobre un joven que se dedica todo el día a holgazanear tendría poco que aportar. O que sería un total y absoluto aburrimiento. Y, sin embargo, ocurre todo lo contrario. Y no porque se interrumpa el ritmo parsimonioso de los días por aventuras descabelladas a lo don Quijote, sino porque el protagonista -un joven americano que responde al nombre de Larry- vaga, sin trabajo conocido ni perspectivas de una carrera, con el propósito de hallar el secreto de la existencia.

Somerset Maugham, siempre tan prolífico, fue lo más parecido a un autor de best-sellers, hasta el punto de que se hizo multimillonario emborronando cuartillas. Pero sus libros no son ligeros; tienen, eso sí, un estilo a medio camino entre el sarcasmo y el cinismo, con frases cáusticas, en las que rebosan las verdades más ácidas, aquellas que los menos aguerridos, casi siempre por no pasar un mal rato, nos ocultamos. También en El filo de la navaja aparecen esas sentencias que se podrían escribir en todos los frisos y que nos recuerdan que lo corrosivo es a menudo un ropaje que adopta la verdad para no andar tan desnuda.

Pero pongámonos en situación para entender el nudo argumental de la historia que se nos cuenta. El caso es que a Larry no le interesa lo que a los demás, sino las preguntas más arcanas. Su actitud escandaliza en la América burguesa y formalista porque nadie entiende que ese muchacho joven y prometedor se salga -rebelde, indócil- de las vías de las buenas costumbres. Y eso que Isabel, su prometida, está dispuesta a casarse, sin perder tiempo, y le aseguran un puesto muy bien remunerado en la empresa familiar de un amigo íntimo.

Lee Al filo de la navaja si:

  • Quieres saber lo que cuesta buscar la sabiduría
  • Deseas conocer el valor de una existencia auténtica
  • Te gustan más las preguntas que las respuestas

Larry no cede: desea holgazanear. No se niega a casarse, pero al final rompe con Isabel porque ambos se dan cuenta que ninguno encuentra lo que busca en el otro. Maugham era suficientemente culto para saber que lanzarse a la búsqueda del misterio -de lo que en la novela a veces se llama Dios- no significa no hacer nada. Ni mucho menos. Por ejemplo, Larry pasa largas horas leyendo a los clásicos de todas las culturas, aprendiendo lenguas olvidadas o frecuentando a personas extravagantes, como un minero que cuando bebe se pone místico, seriamente místico.

Larry se da cuenta de que si respondiera a las expectativas que todos han puesto en él sería infiel a su vocación. Se da cuenta también de que es en el ocio -bien entendido- donde uno se cultiva, donde se forma; en definitiva, donde uno se hace -o se deshace-.

Para que se entienda: quien decide como Larry apearse de la estación de lo acostumbrado -posponer su boda, conformarse con lo que ha ahorrado- opta por ese camino con la intención de buscar lo que ni un oficio ni la vida burguesa pueden jamás ofrecer. Maugham obliga al lector a viajar con Larry, en pos de la sabiduría. Ahora bien, no es hasta bien adelantada la novela cuando uno se entera de por qué Larry abdica de la existencia fácil y se entromete en esa vocación casi divina.

Así, el lector va conociendo que Larry estuvo en la Primera Guerra Mundial y que allí murió un compañero para que él se salvara. No se piense que esto introduce la novela por el camino del drama: nada más alejado de la verdad. De lo que da cuenta Maugham es una de esas “situaciones límites” de las que habla Jaspers para explicar por qué de repente el hombre se pone a pensar, a rumiar.

Palabra de Somerset Maugham

  • La belleza de la búsqueda: «Quisiera saber mostrarte la emoción intensa de la vida espiritual, y la riqueza de su experiencia. Es infinita. Es una vida de intensa felicidad. Sólo una cosa le es comparable: subir sin compañía en un aeroplano, alto, muy alto, y sentirse rodeado tan solo por lo infinito. Y se siente un júbilo tal, que no lo cambiaría por todo el poder del mundo».
  • La influencia de la sabiduría: «Cuando un hombre alcanza la perfección y la pureza, la influencia de su carácter se extiende, y quienes buscan la verdad se sienten naturalmente atraídos hacia él. Puede ser que si yo llevo la vida que tengo pensada consiga influir en otros; el efecto quizá no sea mayor que las ondas causadas en un lago por una piedra, pero una onda produce otra y la segunda una tercera. Es remotamente posible que unas cuantas personas vean que mi modo de vivir ofrece felicidad y paz, y que ellos enseñen a su vez a otros lo que aprendan».

La reflexión irrumpe siempre y necesariamente en el ser humano porque somos animales racionales, lo que quiere decir que nos hacemos preguntas -hondas e inextricables casi siempre- cuando la existencia nos interpela. Al fin y al cabo, lo que hace  el protagonista de esta novela rebelándose contra una sociedad que se ”interesa únicamente por la posición social” es seguir una llamada que, antes o después, ante situaciones más o menos límites, toda persona que no esté narcotizada puede sentir.

El filo de la navaja relata un viaje, el itinerario de un hombre en búsqueda de respuestas. No frustro ninguna lectura si adelanto que Larry, que va acumulando experiencias y sabidurías lejanas para paliar su inquietud, no encuentra solución al enigma. En este sentido, Maugham escribió un nuevo Mito de la Caverna para la sociedad de masas, ya que el corolario de su narración no es otro que recordarnos -nuevamente- que lo decisivo no son las soluciones -pues podemos sacarnos siempre una de la chistera-, sino tomar conciencia del inagotable campo que cubre el misterio.

Estamos ante una novela de formación –Bildungsroman, como lo llaman los alemanes-, pero ligera, accesible, sin la jactancia ni la fatalidad romántica. Cierto es que deja las respuestas en suspenso y que propone un paseo por los bazares de la religión y la filosofía, incluyendo las orientales. Da en el clavo en un aspecto muy importante: para la sabiduría, en efecto, lo que resulta trascendental es recorrer el camino, no la estación de llegada. Sí: el camino es la única respuesta. Se trata de un don tan alto que siempre estás allá de nuestra alcance y siempre es inmerecido.

Quizá esta lectura, tan centrada en su personaje principal, no ponga de manifiesto el papel que desempeñan otros personajes: el narrador -el mismo Maugham-, Isabel que, aunque enamorada de Larry, se case con otro pretendiente supuestamente más cabal, Elliot Templeton, paradigma de bon vivant, y numerosos personajes secundarios. Lo decisivo, en cualquier caso, son las lecciones más espirituales que se pueden sacar del libro: primero, que decidamos holgazanear o no, la pregunta por el sentido de nuestra existencia siempre ha de estar en nuestra mesa, como un recordatorio inoportuno; en segundo lugar, que la búsqueda puede que sea interminable, pero al menos nos permitirá ser cada día mejores, más profundos.

Y, por último, que hay otra cara de la realidad, la inusitada, que la gravedad de la vida -los deberes sociales, la corrección política, los clichés- nos enmascaran. Lo que Maugham sugiere es que tal vez esa cara sea la auténtica -la determinante- y, por desgracia, a menudo nos la perdemos.

Para saber más:

  • W. Somerset Maughan, El filo de la navaja (Debolsillo, 2005).
  • W. Somerset Maughan, El velo pintado (Bruguera, 2007)
  • W. Somerset Maugham, Servidumbre humana (Debolsillo, 2002).

 

 

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