Construir nuestra ciudadela interior

Puestos a escoger, uno evidentemente preferiría ser recordado como autor de unas máximas solícitas que por la excentricidad de nombrar cónsul a su caballo. O sea, optaría por Marco Aurelio frente a Calígula. No sabemos, en realidad, si las Meditaciones, como pasó a ser conocida la ristra de reflexiones que el primero de ellos se apuró en escribir, estaban destinadas al público, a sus allegados o si fueron, más bien, la expresión de un diálogo interior iniciado con la intención de atisbar las lindes del alma que según el sabio Heráclito nunca nadie transpondría.

Tampoco tenemos constancia de que algún otro -filósofo o emperador- consignara antes que Marco Aurelio sus soliloquios. Pero su mérito no ha sido solo el de haber tocado de refilón el sueño platónico de un rey con acceso directo al sublime mundo de las ideas; también le corresponde el de haber escrito unas sobrias “confesiones”, doscientos y pico años antes de que irrumpiera, para poner la cultura romana patas arriba, el maestro por antonomasia de la introspección, san Agustín. Las comparaciones son odiosas y, en este caso, hirientes, si no pasamos por alto los borrones con que cuenta el emperador en su haber, incluyendo persecuciones acerbas contra la fe a la que se convirtió el inquieto obispo de Hipona.

Desprendámonos de la figura de Marco Aurelio urdida por Gladiator. Imaginemos a Marco Aurelio frugal y grave, austero y ascético como un padre del desierto, recorriendo insomne las lúgubres fronteras de una Roma desmedida. Imaginémoslo también espiritual y silencioso, con la mano pensativa, cultivando el estribillo ininterrumpido de su monólogo interior, apaciguando con mantras enigmáticos sus anhelos y asumiendo, firme y cordial -pétreo- la muerte.

Lee Meditaciones

  • Si quieres adentrarte en el sentido espiritual de la filosofía
  • Si estás desorientado o insatisfecho y necesitas una guía existencial
  • Si deseas defenderte de la frivolidad que te rodea

Para Pierre Hadot, experto en la vida de este emperador insólito, las Meditaciones son fruto de una antigua tradición que hermana la filosofía con los ejercicios espirituales. Desde este punto de vista, la cultura ha seguido derroteros equivocados porque lo que se nos ha transmitido es una imagen libresca y académica de la vida filosófica. Este libro la echa por tierra, mostrándonos que la filosofía es una actitud -y una túnica, una barba y un cayado-, o una praxis existencial imprescindible para que tanto emperadores como esclavos aprendan el difícil arte de vivir y de morir.

Marco Aurelio quiso zafarse de sus obligaciones y seguramente se hubiera complacido -aunque no demasiado, porque mantenía sus emociones a raya- dedicando todo su tiempo a moldearse en el torno implacable del sufrimiento y la aceptación. Le placía menos, mucho menos, ver su faz, sutil y enjuta, estampada en monedas o frisos. Por raro que parezca, la filosofía que cultivó, el estoicismo, con su mensaje exigente, se ha convertido en uno de los últimos recursos espirituales a los que se aferra el individuo posmoderno. Lo hace a una versión descafeinada, claro está, pero el “revival” de esta tradición se ha concretado en libros y podcast a caballo entre el esoterismo y la autoayuda que confían a ángeles tutelares como Séneca, Epicteto y el propio Marco Aurelio la salvación de un ciudadano agotado por sus deseos. La idea es fortalecer a nuestros contemporáneos, frágiles como un jarrón chino, apuntándoles el camino escarpado que les aleja de la engañosa vía del placer.

En las Meditaciones se ofrece un buen compendio de las principales creencias estoicas. El emperador se exhorta a sí mismo y se obliga a a seguir los dictados del orden natural, refrenando el veneno de la ambición. Se sea epicúreo, platónico, cínico, estoico como Marco Aurelio o, en fin, cristiano, puede uno beber con provecho el jugo nutritivo de estos textos parenéticos, sin necesidad de pasar a formar parte de la ortodoxia estoica. Tal vez por ello, desde que se recuperó, en el siglo XVI, este hondo racimo de reflexiones o aforismos, escritos originalmente en griego, nunca ha cesado de circular entre el espectro de lectores más interesante, es decir, entre quienes leen para poder vivir. 

Palabra de Marco Aurelio

El hombre, un animal comunitario: “Hemos nacido para la colaboración, como los pies, las manos los párpados, las filas de los dientes de arriba y abajo. Entrar en conflicto unos con otros es contrario a la naturaleza; conflicto es enfadarse y darse media vuelta”.

El mal no existe: “La muerta y la vida, la buena fama y la mala, el sufrimiento y el placer, la riqueza y la pobreza, todas esas cosas ocurren indistintamente a los buenos y a los malos porque no son ni hermosas ni vergonzosas. Ni buenas ni malas”.

Marco Aurelio nos invita a que nos desprendemos de lo superfluo. A no tomarnos las cosas a la tremenda. A hacer -ahora- lo que debemos o, traduciéndolo al léxico de hoy, “a no procrastinar”. A convencernos, definitivamente, de que todo es indiferente porque lo que nos preocupa y atemoriza es la representación que nos hacemos de lo que sucede. Aconseja también a meditar con frecuencia sobre el fin de la existencia para, a su luz, darnos cuenta de nuestra fatuidad.

Muchas de las enseñanzas estoicas las asumió el cristianismo ya que su concepción providente y ciertos valores casaban muy bien con el mensaje evangélico. También debemos a los estoicos la manida y no siempre entendida idea del derecho natural. Auspiciaron al mismo tiempo creencias balsámicas que hoy forman parte de nuestra identidad. Sin embargo,  ven el mundo bajo una borrasca gris y cenicienta y hay poco espacio en su cielo para el optimismo que irradia de la gracia.

Deformaríamos el pensamiento de Marco Aurelio si no repitiéramos que su intención era aprender -y tal vez enseñar- a vivir. Hoy, en medio de ansiedades recalcitrantes y volcados hacia lo exterior, nos empecinamos en construir endebles castillos de naipes. Es como si siempre quisiéramos más y la realidad se encargara de devolvernos menos, haciendo trizas nuestros empeños y dejándonos desconsolados. El éxito de Marco Aurelio no fue defender las lindes desconchadas de un imperio desorbitado, ni hacerse, gracias a este diario íntimo, mucho más eterno que su patria, sino proteger con huestes tenaces su propia ciudadela interior. A nosotros, con su ayuda, nos apremia construir la nuestra.

Para saber más

Marco Aurelio, Meditaciones (Cátedra, 2021).

Marco Aurelio, Meditaciones (Taurus, 2012).

Pierre Hadot, La ciudadela interior (Alpha Decay, 2013).

 

 

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Grandes libros es un blog de Aceprensa, un medio de comunicación fundado en 1970 y especializado en el análisis de tendencias sociales, corrientes de pensamiento y estilos de vida.

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