Santa Teresa, atravesada por el amor divino

Santa Teresa es inquebrantable, como el frío castellano. Y honda y austera. Pura piedra. Así, a quien se acerca hoy al Libro de la vida le puede sorprender no tanto el luminoso fruto rendido por la obediencia -sabemos que si empuñó la pluma, entre sus quehaceres fundacionales, fue para responder a las indicaciones de sus superiores-, como la tersura de una prosa sin aditivos, exigente, severa, en la que no hay concesiones para sentimentalismos. Un estilo alérgico a la vacuidad.

Lo cual no quiere decir que esté ausente la emoción o escasee la sensibilidad. La santa alcanza cotas expresivas insospechadas y suena veraz y limpia, tan blanca como valiente, cuando se propone explicar lo inexplicable: los arrobamientos, las mociones, los roces de ese Dios, cercano e íntimo como un pensamiento, que sacude sus tuétanos con la tierna contundencia de un terremoto, hasta enamorarla.

En sentido propio, el Libro no es una biografía, ni una confesión, ni siquiera un ensayo de espiritualidad; se trata, sobre todo, de una carta, con un interlocutor de bandera: Dios mismo. De ahí que sea incomprensible que no aparezca preceptiva su lectura en ninguno de los cánones al uso. Hay pocos libros tan fecundos, tan universales o tan frescos.

Lee Libro de la vida si..

  • Eres creyente y quieres profundizar en la espiritualidad
  • No crees, pero deseas conocer un testimonio sobre el amor de Dios
  • Deseas saber de primera mano lo que es una experiencia mística, creas o no

Lo que sí se ha reconocido es la pionera ambición de Teresa: fue una niña entusiasta; fue fundadora; fue mística, santa y doctora. Y ella, que habló de tú a tú -con gallardía- a Dios y se sabía abrigada por Él, no se doblegó ante letrados insulsos que conocían al creador solo por medio de los pálidos reflejos de la letra impresa.

Teresa de Ávila fue, también, la primera Teresa: después de ella, siguiendo la estela indeleble de su inspiración, florecieron otras igual de frugales, igual de disciplinadas, igual de imperturbables y valientes: en Lisieux, en Friburgo, en Calcuta… No se pueden contar los cambios de vida, las transformaciones, las vueltas y reflexiones de creyentes y no creyentes que ha suscitado la claridad, sobria y hermosa, de este clásico.

Mucho antes de que Freud viniera a confundirnos, Santa Teresa nos sienta, con mejor juicio, en un diván poco acogedor a fin de confrontar nuestra verdad con la verdad divina. Y nos descubre -para nuestro asombro- que somos hechura de una predilección inmemorial, eterna. Trinitaria.

Palabra de Santa Teresa:

El demonio y el mundo andan sueltos: «Y a veces las pobrecitas no tienen culpa, porque se van por lo que hallan; y es lástima de muchas que se quieren apartar del mundo y, pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos juntos».

Gozo místico: «Ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de goza el alma».

Poner por escrito el pensamiento es, desde que descubrimos que hay una galaxia dilatada y extensa en nuestro interior, el camino más efectivo para desprender las telas de araña del espíritu y desnudar nuestro auténtico rostro. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es el timbre genuino de nuestra voz? ¿Qué dicen de nosotros nuestras pasiones, nuestros anhelos, nuestros apegos? ¿Por qué nos empeñamos en despitarnos del destino encumbrado al que estamos llamados?

El Libro de la vida es un intenso y honrado ejercicio de introspección en el que refulge la verdad de la entrega. La santa intransigencia de la vocación, pues. Se puede creer o no, pero es indudable que también hoy, en nuestra maltrecha contemporaneidad, tan lábil y superficial como para malgastar las últimas dosis de admiración que esperan en la recámara, puede tener efectos taumatúrgicos el brío sin fisuras –la integridad, o acaso la obstinación, venerable y divina- con que la santa afrontó sus días. El libro es como una pócima capaz de devolvernos el temple y de hacernos hallar sentido entre los sinsabores.

Por si el lector de hoy, por insensato que parezca, siente resistencia, conviene precisar las razones por las que aconsejamos echar la vista atrás, hasta 1562, y repasar estas páginas escritas para comunicar las “mercedes de Dios”. Primero: el Libro de la vida no es en modo alguno una hagiografía. De hecho, si se piensa bien, describe parajes muy alejados de los que recogen esos relatos almibarados de santos angelicales y sonrosados, venidos al mundo con sobrepelliz para despachar milagros a espuertas. Ni los dolores, ni los vómitos, ni las incomprensiones -ni siquiera la aridez con que nuestro Dios de las paradojas recompensa a quien más ama- abandonaron jamás a la fiera de Ávila.

En segundo lugar, tampoco se descubren en ella intenciones moralizadoras. Lo que sí se aprecia es su empeño por explicarse. Del mismo modo que no hay santidad sin empecinamiento -claro está que tampoco sin gracia- es imposible alcanzar el estilo sin testarudez –tampoco sin genio, obviamente-.

Si este libro ha convertido la mística en un género respetado es por la sensible solicitud con que intenta comunicar experiencias fascinantes, que desbordan la indigencia de nuestro lenguaje. La antítesis -la soberbia humildad, el sabroso martirio…- es el único modo de contrastar la magia celestial de Dios con este mundo opaco.

Quien crea encontrará un manual de espiritualidad fiable. ¿Quieren acercarse a Dios? Sepan que Cristo es el camino, pero -especifica la santa castellana-, hay un atajo: su santísima humanidad. ¿Y quién no cree? ¿Qué saca el que no cree de este vademécum de vida interior? Infinitas lecciones de psicología ordinaria Juzguen si es poco.

Solos dos apuntes más, dos notas que resuenan en ese compás de amor que cantan y bailan, juntos, una mujer entregada y un Dios que es entrega. Por un lado, la humildad. Gracias a la lectura de esta obra, uno entiende que esta virtud es el sabroso jugo que exprime la vecindad incesante con Dios. Por otro, se comprende -otra paradoja- la dinámica del milagro: Dios altera el prodigio del día a día porque se allega, con dulzura, a quien ama. Porque se consume y se anonada. El éxtasis es la portentosa puerta abierta en la finitud por quien nos creó para traspasar un alma. Y Teresa, mujer robusta, vigorosa como una muralla, quedaba atravesada a menudo por la terneza del amor de Dios.

Para saber más

Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida (San Pablo, 2007).

Marcelle Auclair, La vida de Santa Teresa de Jesús (Palabra, 2019, 19ª edición).

Aceprensa, El atractivo de santa Teresa de Jesús, sin mitos (26-03-2015).

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