Fotografía de Nacho Fradejas

La risa, un ejercicio filosófico

Hay que ser sumamente perspicaz para definir al ser humano como animal racional, pero sin genialidad sería difícil atisbar que una de nuestras principales cualidades es la capacidad para reírnos. Bergson fue el primero en transformar la risa en un asunto filosófico y, al hacerlo, demostró ser un valiente porque hay que tener arrestos para estudiar lo risible con la seriedad del filósofo. He ahí la paradoja.

La risa, en opinión del pensador francés, se dirige siempre a la inteligencia. Al menos lo hace aquella comicidad que rebasa la gracia del instinto. Quedarse en la risa asimilándola a la flojedad o la superficialidad denota poca profundidad. ara reír hay que desasirse de nuestra implicación con el mundo, cultivar la indiferencia, puesto que con apego y cercanía la vida sigue consistiendo para muchos en un interminable rosario de tragedias. Por otro lado, la risa nunca es un evento aislado, individual, solitario; más bien es la sociedad el clima que propicia el despertar de lo cómico.

Lee a Bergson si quieres

  • -Profundizar en el sentido espiritual de la risa
  • -Conocer la pobreza de lo mecánico
  • -Ahondar en el misterio del arte y la estética

Reír no es, como a veces se supone, quedar enganchado a los espasmos. Filosofar sobre lo cómico, siguiendo la propuesta de Bergson, contribuye a ensanchar los confines de lo humano y a resituar esto último en el campo de aquello que, tradicionalmente, llamamos sentido. O de la libertad, a cuya defensa contribuyó Bergson con su bello estilo.

Si asociamos la risa con el sentido, debemos vincular las expresiones nihilistas con sus contrarios. Así cualquier expresión nihilista, cualquier afecto -patológico- que nos incline al sinsentido, emerge con un ánimo sepulturero, ceniciento. Triste y melancólico, como debe mirar un jardinero el marchitar irrefrenable de sus flores.

El pesimista tiene prohibido reírse porque no está entrenado para vislumbrar las aristas de la vida humana. Digamos que el acostumbrado a una existencia ceñuda escruta horizontes anodinos, anubarrados, ahítos de inquietudes, sinsabores y pesadumbres. Por el contrario, lo cómico, nos aclara Bergson, exige respirar con la suficiente fuerza como para llenar los pulmones de ilusión y gratuidad. Y libertad.

La risa empieza a fluir una vez que “sociedad y persona, liberadas de la preocupación por su conservación, comienzan a tratarse a sí mismas como obras de arte”. La seriedad no es únicamente el contrapunto de la risa, sino también el mecanismo que la activa.

Palabra de Bergson:

  • Cómico es solo lo humano: “No hay comicidad fuera de lo propiamente humano. Un paisaje podrá ser bello, encantador, sublime, insignificante o feo; nunca será risible. Nos reiremos de un animal, pero porque habremos descubierto en él una actitud de hombre o una expresión humana”.
  • El arte: “Ciertamente, el arte no es sino una visión más directa de la realidad. Pero esta pureza de la percepción implica una ruptura con la convención útil, un desinterés innato y especialmente localizado del sentido o de la consciencia, en suma, cierta inmaterialidad de la vida, que es lo que siempre se ha llamado idealismo”.

La parálisis del río de la vida, lo que torna el discurrir dinámico de lo viviente en un mecanismo -en caricatura, al fin y al cabo-: he aquí el resorte que impulsa la carcajada. Es como si se detuviera, en un instante bufo, el transcurrir y, al tiempo, lo animado -lo espiritual- dimitiera del sentido. La risa constituye una desviación de lo vivo, de modo que Bergson, tan vitalista e intuitivo, interpreta la parálisis mecánica como una parodia de la existencia. No está de más subrayar la vertiente estilista de Bergson. Tiene una mano para la prosa muy conseguida. ¿No es genial e insuperable hablar del vicio como un “encorvamiento del alma”? Tan solo por eso merece la pena leer este libro y justifica que recibiera el Nobel en 1927.

Nos reímos casi siempre del desacuerdo, de la asimetría, de sutiles discordancias. El gesto del payaso es como una foto mal colocada: sonríe cuando debería gemir; llora cuando todo lo que le rodea habría de conducirle a la chanza. Asimismo, es propio de la mecánica de la comicidad la posibilidad de repetición. Si profundizamos más caeremos en la cuenta, como Bergson, que, por lo explicado, la risa revela el vigor del fluir ininterrumpido del tiempo.

Cabe distinguir entre quienes se han dedicado a abordar el temple filosófico de la risa dos actitudes contrapuestas. Para los serios, la risa aboca inexorablemente a la distracción y, por tanto, supone una respuesta frívola que aleja, al igual que una droga poderosa, de la seriedad reflexiva. A otros, en cambio, reír les parece una terapia porque, aun cuando es una distracción de la vida, por contraposición, desvela el atractivo tejido del que está compuesta. ¿Y qué hace el filósofo, en verdad, sino ensayar su elasticidad o tantear su firmeza?

Bergson pertenece a la familia de quienes, como Parménides o Platón, entendieron la filosofía como un egregio ejercicio literario. No lo hicieron por las razones por las que un posmoderno como Rorty pensaba, sino convencidos de que el cultivo filosófico tenía como fin el acercamiento a la belleza.

A tenor de lo dicho, no llamará la atención que Bergson concluya su ensayo con un capítulo dedicado al arte, ese esfuerzo que incoa el ser humano para comunicarse con el mundo. El arte tiene que ver con la costumbre humana por levantar el velo que enturbia nuestro encuentro con las cosas y descubrir su esencia o significado. Eso exige poner entre paréntesis lo útil, es decir, cribar el ser “para nosotros” del verdadero “ser”. El misterio es, justamente, ese: que la risa trasluce el sentido más alto de la vida y el arte que el mundo es algo mucho más noble, no materia inerte para nuestra explotación egoísta.

Para saber más

  • H. Bergson, La risa (Alianza, 2016).
  • H. Bergson, Las dos fuentes de la moral y la religión (Trotta, 2020).
  • H. Bergson, Materia y memoria (Sígueme, 2021).

 

 

 

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