Las torpes intrigas de la política

De un Adams, uno esperaría todo menos una crítica de la democracia, pero, si se piensa bien, nadie mejor que el cachorro de una egregia estirpe americana para sacar los colores del menos malos de los sistemas políticos. La frase de Churchill suena a resignación y quizá, en una Europa devastada, con las calles llenas de cascotes y el recuerdo desfiles militares, confortase a una población acostumbrada a las sirenas. Sin embargo, como hoy, los estándares americanos eran en 1880, cuando esta obra vio la luz, un poco más exigentes y arraigaban en un consenso religioso -sí, religioso- acerca de los principios constitucionales de la eximia federación. Al fin y al cabo, eran esos los que habían triunfado en la contienda civil.

Ya sabíamos que los escándalos y las injusticias en la literatura no se han cultivado solo desde que se estrenó el premio nobel y las camarillas de la corrección política o la moda decidieron intrigar tras las cortinas en la academia de Estocolmo. Todo canon que se precie debe más al paladar del crítico que a la objetividad, lo cual, dependiendo del experto, no tiene que por qué ser necesariamente malo. En el caso de Democracia, una novela que disecciona como muy pocas la entraña moral de la política americana, cuesta adivinar la razón por la que no aparece entre los grandes relatos y es, prácticamente, desconocida. No, está claro, por ignorancia de su autor, ya que La educación de Henry Adams ha sido considerado uno de los mejores libros de no ficción del siglo XX, un elogio a mi parecer exagerado.

Vayamos, sin embargo, a Democracia, que podría ser el guion de una película protagonizada por James Stewart. La trama es tan sencilla como atractiva: Madeleine Lee, una joven e inteligente viuda asentada en Nueva York, se debate entre el aburrimiento de la aristocracia burguesa y el anhelo por dotar de algún sentido su vida. Ha probado con todo: subastas benéficas, sociología, religión…, pero decide, llegado el momento, trasladarse a Washington con el fin de palpar el poder y saber cuál es el endiablado funcionamiento de los resortes del Estado.

Lee Democracia, si quieres:

  • Comprender los entresijos de la política
  • Saber cómo funciona el poder
  • Hacerte una idea de la corruptelas en la administración

Allí, a orillas del Potomak, con un pie en el Capitolio y otro cercano a la Casa Blanca, pasa revista a todo tipo de especímenes: congresistas más o menos corruptos, periodistas de nobles ideales, embajadores cínicos, mujeres remiradas e impenitentemente criticonas, sureños en bancarrota y, sobre todo, yankis empedernidos. El fresco que nos pinta Adams, con una ironía que a menudo desborda en cinismo, es el de la una América que deseaba seguir alimentando su distinción política, pero a punto de defenestrarse por la fuerza de las corruptelas partidistas.

Es posible que, hasta no alcanzar cierta altura de la narración, el lector no se percate de que el senador Ratcliffe ejerce de contrapunto de la bella Lee. Lo interesante es la distancia que Adams, con un realismo magistral, traza entre el político y el ciudadano. Como se colige de los hechos, este último puede ser bienintencionado o no, pero lo que es indudable es que el primero jamás puede serlo. Así, pocos libros se encontrarán en los que se revela de un modo tan manifiesto la mezquindad de quien supuestamente aspira a luchar por el bien común. Para Adams, esa no es la razón principal por la que un individuo se dedica a la política. Las razones de ello son más triviales, insípidas, naturales. Hay sujetos que se enfangan en la política como hay otros que pasan su vida vendiendo periódicos.

Palabra de Henry Adams

  • Cada sociedad tiene los políticos que se merece: «Ningún gobierno representativo puede ser mucho mejor o peor que la sociedad que representa. Purificad la sociedad y purificaréis el gobierno. Pero si tratáis de purificar artificialmente el gobierno, solo agravaréis el fracaso».
  • La política, esfuerzo despilfarrado: «Señora Lee, es posible que vea el camino equivocado en que se encuentra. Si usted quiere saber lo que el mundo está realmente haciendo con buen propósito, pase un invierno en Samarcanda, en Tombuctú, pero no en Washington. Sea un cajero del banco o un oficial impresor, pero no un congresista. Aquí no descubrirá nada más que esfuerzo despilfarrado y torpe intriga».

No se trata de descifrar cómo acaba la experiencia de la prudente Lee, pero sí que conviene precisar que, aunque sea exagerado el descreimiento de Adams al dar por supuesto que política y honradez se repelen, hay algo en la corrupción sistémica de la cosa pública que tienta a darle la razón. Es como si fuera fácil pillar al estadista en un renuncio. En un momento dado, por ejemplo, Ratcliffe, la encarnación más patente de lo que es, concretamente, un “animal político”, tan hábil en el manejo de la palabra como poco escrupuloso con su conciencia, reconoce que para actuar con honestidad uno debería vivir fuera del mundo, en un lugar protegido de toda inclemencia. ¿Acaso no es esta confesión el palpable reconocimiento del sueño americano?

También aparece en estas páginas, sin embargo, esa convicción platónica según la cual la política es un reflejo de la sociedad. ¿Que tenemos unos parlamentarios toscos y nada envidiables? Mírense al espejo, podría contestarse con este libro en la mano.

Lee, hermosa y lúcida como un mediodía de primavera, llega hasta el fondo de la política, sondeando su frivolidad y reventando la lujosa atmósfera de Washington con su suave sagacidad. Mira a un lado y a otro y solo encuentra ruindad e interés. Buscaba la democracia y descubre “el gobierno de otro tipo”, no tan lejano, como se suponía, de los fastos de las monarquías, ni del absolutismo. Rasca y rasca y lo que encuentra es más de lo mismo: concesiones a la verdad y al bien, componendas, bajeza moral, con el deseo de imponerse frente al rival.

La novela, con todo, tiene otros aderezos que aumentan su atractivo: la posibilidad de un amor desinteresado y la luz maravillosa que se vislumbra cerca de la meta, donde termina el itinerario de formación de la protagonista. Puede que la política fuera un lago prometedor y prístino que ahora está enlodado, ante lo cual tal vez no fuera desacertado seguir el consejo de Adams: buscar la verdadera democracia, la de la vida, que despierta en comunidades de auxilio mutuo, en cualquier caso, lejos de las tribunas y los taquígrafos.

Para saber más:

  • Henry Adams, Democracia (Cátedra, 2016).
  • Henry Adams, La educación de Henry Adams (Alba, 2001).
  • Javier Alcoriza, La experiencia política americana. Un ensayo sobre Henry Adams (Biblioteca Nueva, 2005).

 

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