Obsesión por lo sublime

Quizá para nosotros entender el compromiso absoluto con una vocación no sea fácil porque hemos perdido de vista la importancia que tiene tanto la vida intelectual como la entrega heroica a un afán. Ha caído asimismo en el olvido el sentido del silencio y la búsqueda callada -sin jolgorio, sin éxito, sin ningún tipo de relumbrón social- de lo alto, que es también lo más profundo.

Hagamos, sin embargo, un esfuerzo: imaginémonos enfrascados en el estudio de un enigma o en el descubrimiento de la piedra filosofal; incluso, más bello aún, pensémonos sumidos en un despacho oscuro, atestado de redomas, a punto de descifrar un lenguaje recóndito y arcano, como si sus símbolos hubieran sido escritos directamente en la arena primigenia por la mano de Dios.

Lee La búsqueda de lo absoluto, si quieres

  • Comprender lo que supone la búsqueda de la sabiduría
  • Saber las exigencias del amor
  • Conocer de primera mano las excentricidades de un genio

¿Interrumpiríamos, entonces, el trabajo ante una llamada o una cita? ¿En qué quedarían los afanes mundanos, los cometidos banales de la existencia? ¿Y las obligaciones familiares, los requerimientos del hambre o el descanso consolador del sueño? ¿Suspenderíamos acaso nuestro diálogo con el infinito -la posibilidad de un hallazgo definitivo, único- para atender a las demandas de un orden que, en comparación, no puede ser sino prosaico?

Se cuenta que Balzac pasaba más de quince horas al día sentado en su escritorio, enfrascado en tejer los hilos de ese exhaustivo lienzo de la Francia burguesa que son las casi noventa novelas de La comedia humana, y alimentado a partes iguales por ríos y ríos de café y ambición. De ahí que Balthazar Claës, el “héroe metafísico” que protagoniza La búsqueda del absoluto, sea el espejo en que refleja tanto la obsesiva entrega a la ciencia, como el enfermizo anhelo de una aspiración desmedida, tan desmedida y torrencial como la vida y obra de Balzac.

Evidentemente, si los brochazos con que Balzac traza a Claës deslumbran es por su ternura, por su piedad, diríamos, hacia ese monomaníaco de nobleza indefinida que es el protagonista. Este está obcecado en destilar el elixir de la ciencia empleando matraces y retortas y solo por descuido abandona sus trabajos. No es que el novelista francés justifique o disculpe dejar de lado los deberes de marido o de padre por seguir los dictados de una ilusión disparatada; lo que ocurre es que el deseo de saber y el delirio que suscita la proximidad de lo recóndito son pasiones que no entienden de connivencias, ni pueden ser paliadas por la superficial frivolidad de las virtudes burguesas.

Para muchos Claës representa todo lo opuesto a lo que debería encarnar el héroe. Y, sin embargo, sentimos que lo es para Balzac, comopara su mujer e hijos. También para nosotros que, afligidos, no podemos esconder un mohín cuando unos muchachos lo escarnecen. Esa es la fortuna que espera a algunos genios.  Pero si los insultos y el desprestigio que se les propinan causan nuestra irritación es porque la puntualidad con que se desenvuelve el mundo debe más de lo que pensamos a su excentricidad.

Esta novela, que no es de las más conocidas -ni de las mejores- de Balzac, apunta a lo que nuestra sociedad de interrupciones constantes nos hurta. Andamos cabizbajos, con vocaciones pusilánimes, centrados en eso tan intrascendente que es lo eficaz y lo inmediato. Olvidamos que para engrasar los raíles del progreso necesitamos de sabios locos y eruditos contumaces, de su perseverancia y fervor, porque ni los sinsabores, ni la indigencia -ni siquiera el lastre de la decepción ni aun el desgraciado escollo de los reveses- tienen fuerza para desgastar su divino y milagroso entusiasmo. Son genios y andan a la zaga de quimeras.

Palabra de Balzac

  • El primer amor: «Si amamos irresistiblemente los lugares donde, de niños, fuimos iniciados en las bellezas de la armonía, si recordamos con delicia no solo el músico sino el instrumento, ¿cómo no amar al ser que nos revela por primera vez las músicas de la vida? El primer corazón en el que aspiramos amor ¿no es como una patria?».
  • Retrato del genio: «Más intempestivos que distraídos, [los genios] nunca se hallan en armonía con lo que les rodea, lo saben y lo olvidan todo (…) Si en el silencio de las meditaciones, han usado su poder para reconocer lo que ocurre a su alrededor, les basta adivinar: el trabajo los absorbe, y aplican casi siempre erróneamente los conocimientos que han adquirido sobre las cosas de la vida».

Es una lástima que la leyenda de Claës no concluya tan bien como la conocida anécdota de Tales, el sabio que, tras el descaro de la muchacha tracia, ilustró de modo inolvidable que la pericia económica puede ser el mejor medio de desmontar las fábulas urdidas sobre despistes. Es legítimo creer, sin embargo, que al precisar el contexto familiar y las deudas y préstamos en que Claës incurre para posibilitar sus ensayos, Balzac desea transmitir una lección de naturaleza moral. De hecho, uno podría preguntarse quién alcanza mayor protagonismo en la historia: si el científico loco, de andar sosegado y pelo encrespado, su mujer o su hija, que protegen y quieren con amor épico y  cariño escandaloso a un padre sin tiempo para el afecto o las carantoñas.

Hay genios de la ciencia y genios del amor. Balzac escribe con una soberbia finura mostrando, a través de las sutiles alteraciones del relato, que los deberes y la entrega de los esposos son diferentes -por suerte- de las responsabilidades filiales. Al lector de esta obra necesariamente le pondrá los pelos de punta descubrir que la hija consigue lo que la madre se siente, por devoción y dedicación, incapaz de lograr.

Podrían entenderse las diferencias entre la buena y la mala narrativa imaginando la novela que podría inspirar a un escritor mediocre la parábola de un genio loco comprometido hasta el borde del abismo con la posibilidad de obtener un hallazgo científico. ¿Exploraría las causas subconscientes de la locura o detectaría en la autoestima herida de la niñez la demencia postrera? Y la mujer o la hija ¿se avendrían a comprender la entrega a los sueños del protagonista o, por el contrario, se rebelarían, dejándole solo y desamparado? Quien busca el absoluto con sinceridad trabaja su anhelo y lo cuida, aun sabiendo que nunca será nominado al Nobel y que los hitos de la historia de la ciencia son casi siempre anónimos. Las novelas buenas no es que se parezcan a la vida: es que son trozos de ella, tan reales y encarnadas como la nuestra.

Para saber más:

H. de Balzac, La búsqueda del absoluto (Nórdica, 2018).

S. Zweig, Balzac. La novela de una vida (Paidós, 2019).

C. Pujol, Balzac y «la comedia humana» (Planeta, 1974).

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